Frágil y sus ojos oscuros
Hace no mucho tiempo hubo un niño llamado Frágil, tenía los ojos oscuros y una tristeza azul, hablaba lo necesario, amaba lo necesario y generalmente se quedaba mudo cuando algo extraordinario posaba sobre sus oscuros ojos, ya que el silencio era su único tesoro y su palabra más contundente.
Un día Frágil conoció a Lluvia y ese día no fue un error, fue un dia perfecto, tan perfecto que sentía frío y deseos de abrazar las rocas, tan perfecto que las veces que la miraba conseguía una sonrisa como resultado, como si se tratara de la ciencia más exacta e infalible que no agrega números sino caricias y deseos-de-besar-las-sombras a cada operación de mirarse.
Lluvia tenía las mejillas coloradas y cada tanto miraba de reojo, Frágil la tomaba con sus brazos y besaba con sus dedos mientras podía, el frío no los apartaba, siempre se abrazaban como si todo aquello que los rodease se despedasaría tras ellos: las personas, los muebles, las soledades, las distancias, los miedos. Casi no necesitaban hablarse, Frágil podía vivir entre sus silencios y sonrisas intactas y los cándidos mares que salían de los labios de Lluvia entre palabra y palabra.
Pero Frágil tenía que irse, sus ojos oscuros siempre escapan hacia la soledad y eso es inevitable.
Sin embargo, no hay día en que no la recuerde a Lluvia posarse sobre las flores y atravesar sus paredes. Es en esos días en que su tristeza azul se parece al mar.