De Abril y el Viento
Era un tiempo no tan lejano, en un lugar no tan remoto, donde una preciosa niña llamada Abril gustaba de dibujar arbolitos. Los hacía con tizas, lápices, sonrisas y rocíos, pero siempre tenía problemas con las hojas, sabía que por más que las pintase con el más contundente realismo no sería lo mismo. "¡Las hojas son las hojas!" decía la niña.
Abril estaba cansada de no poder dibujar nada (porque los árbolitos sin hojas son como las palabras sin vocales, mutilaciones del Otoño) , así que se puso sus zapatitos más bonitos y salió corriendo en la búsqueda de hojitas.
Luego, se dirigió a la calle y se topó con otra sorpresa: era Otoño y los árboles se parecían a sus dibujos. Los notaba muy tristes, por lo que intentó vanamente devolverle las hojas, pero a cada intento de pegarlas, se caían. Eso la puso muy mal. Entonces, habló a los árboles, acarició y les dijo, con carita muy pero muy seria, que dibujaría arbolitos hermosos y con hojas de Verdad para que recuperen su sonrisa. Los árboles suspiraron. Así que apenas dijo eso, Abril corrió en búsqueda de las hojas mientras cantaba alegre una canción sobre el Otoño. No se dió cuenta que el Viento burlón se las llevaba lejos, lejos, lejos. Y Abril lloraba, lloraba, lloraba.
Abril no era de esas niñas que se rendían con facilidad y una vez que se secaban sus lágrimas, con toda esa fuerza que tenía en sus ojos, salía de nuevo corriendo a atraparlas y el Viento, con un soplido risueño, las tiraba lejos a las pobres hojitas que querían estar con Abril por verla llorar de ese modo.
Era terrible verla llorar, hacía callar las calles, agrietar los vidrios, sufrir los golpes de las puertas, estremecer al silencio. Y ya tenía las rodillas vencidas cuando apareció Lluvia, quien sabía mucho de lágrimas, y le propuso un interesante juego. "Abril, juguemos a las escondidas, tu escóndete donde sabes que el Viento dejará las hojas, yo me vestiré con tu ropa, cantaré la canción del Otoño y correré en sentido contrario", dijo Lluvia. Abril no podía detener su llanto que ahora era silencioso.
Finalmente, empezó a cantar Lluvia y a correr a su máxima velocidad hacia las hojas. Por lo que el Viento sopló con tremenda fuerza y se llevó a las hojas adonde estaba Abril, quien salió de su escondite con las mejillas mojadas y abrazó a todas las hojas con mucha alegría, en tanto el pícaro Viento secaba sus lágrimas y carcajeaba ante la astucia de ambas. Ocurriendo esto, April empezó bailar y cantar la canción del Otoño con sus hojitas y el Viento. Los árboles ya no necesitaron ser dibujados, estaban felices y empezaron a aplaudir con sus ramas al ritmo de los soplidos del Viento.
Desde ese entonces es que las hojas que caen, danzan con Abril al ritmo de la canción del Otoño, y el Viento juega con ellas y ya no hay mas tristezas en los árboles.